El PSG sigue vivo en la Champions League, una situación que ha generado acidez en muchos estómagos. Especialmente, en los estómagos de aquellos que en los últimos años han convertido a Luis Enrique en un enemigo público, por razones siempre alejadas del ámbito futbolístico.
Las críticas hacia Luis Enrique no son nuevas. Desde su llegada al Barcelona en 2014, el técnico asturiano ha sido blanco de ataques por parte de los medios y de ciertos sectores de la afición. Se le ha acusado de no caer bien, de sobreactuar, de ser agrio con los periodistas e incluso de protagonizar documentales. Sin embargo, estas críticas no tienen fundamento y solo demuestran las ganas de derribarlo y verlo caer.
Pero para decepción de sus «haters», el PSG ha logrado lo que nadie había conseguido desde septiembre: ganar en Anfield, resistir el asedio de un equipazo como el Liverpool, alcanzar la prórroga, firmar unos penaltis impecables y meterse en los cuartos de final con todo el mérito del mundo.
Detrás de este éxito hay un trabajo incansable del ser técnico liderado por Luis Enrique. Un trabajo que consiste en armar un equipo unido en torno a una ausencia, la de Kylian Mbappé. Muchos pensaban que sin su gran estrella, el PSG se iba a diluir sin remedio. Pero la realidad es tozuda: el PSG ya no tiene a su gran estrella, pero tiene un entrenador.
Los «haters» seguirán esperando, con el cuchillo bien duro, pero Luis Enrique seguirá a lo suyo: moldeando un equipo que juega como tal y que el año pasado estuvo cerca de llegar a la final de la Champions League. Lejos del ruido, en su burbuja de la ciudad deportiva del PSG, con sus manías y excentricidades, el entrenador asturiano está dando forma a un bloque serio, compacto y fiable, con jugadores que antes no destacaban especialmente o que parecían del montón.
Ahora que el Barcelona parece haber recuperado su autoestima en Europa, conviene recordar quién fue el último entrenador capaz de ganar la Champions League desde el banquillo azulgrana. Algunos argumentarán que tenía a Messi, Suárez y Neymar, pero dirigir a esos jugadores no es tarea fácil.
El altercado entre el Liverpool y el PSG fue una eliminatoria vibrante, pura Copa de Europa: ida y vuelta sin retrovisor, con el regalo extra de una prórroga. Ambos equipos merecían estar en cuartos de final, pero solo había sitio para uno. Un honor para ambos entrenadores, que ofrecieron lo que cualquier espectador busca: un digno espectáculo futbolístico.
Además de Gianluigi Donnarumma, excelente en los penaltis, un nombre destacó en la eliminatoria: Ousmane Dembélé. El delantero francés marcó el 0-1 en Anfield y además, anotó su penalti, desconcertando al portero del Liverpool al ser ambidiestro y amagar con lanzar con la zurda para luego meter con la derecha.
Es abracadabrante un dato: Dembélé ya ha marcado más goles en la Champions League con la camiseta del PSG (nueve) que con la del Barcelona (ocho). En el Barça jugó seis temporadas, mientras que en el PSG lleva solo un año y medio. Este nuevo Dembélé también se debe en gran parte a Luis Enrique. Es imposible saber qué tecla ha tocado el entrenador, pero lo cierto es que el jugador parece haberse convertido en el futbolista que nunca fue en el Barça: estable, fiable y regular.
Ni Ernesto Valverde, ni Quique Setién, ni Ronald Koeman, ni